"No es bueno nunca hacerse de enemigos
que no estén a la altura del conflicto
que piensan que hacen una guerra
y se hacen pis encima como chicos
que rondan por siniestros ministerios
haciendo la parodia del artista
que todo lo que brilla en este mundo
tan solo les da caspa y les da envidia" ( Fito Paez)
No
se si por mero afán altruista, por búsqueda de la superación por trascendencia
o por una pretensión aspiracional, desde pequeño recibí de parte de mis padres,
abuelos y bisabuelos una refinada educación centrada en el otro, basada en la
cortesía, en la urbanidad y el altruismo.
Si
bien tuve la fortuna y el privilegio de tener una buena educación formal fueron
mis padres y sus padres quienes fortalecieron la importancia de ser respetuoso
y educado en casa ajena, a ser compasivo de las necesidades de mis semejantes,
en lo posible demostrarlo claramente, ilustrándome que escoger el trozo pequeño
del plato era lo correcto. El mejor ejemplo fue mi padre, quien habiéndose
encumbrado en las altas esferas de la gerencia nacional y logrado el éxito
económico, con sus actos me enseñó a tratar a todos como personas valiosas independiente
de su nivel social, económico o educacional. Era de trato transversal con grandes
y pequeños. Producto de ello, más de alguna vez me otearon con ojos muy abiertos
o reprendieron estúpidamente por saludar de beso a auxiliares de aseo en mis
lugares de trabajo. Todo esto se constituyó en un bushido personal no libre de
complicaciones.
Apenas
supe leer y escribir mi bisabuelo materno, por quizás que travesura , me conminó
a llenar un cuaderno con “madre hay una sola” y luego, antes de los seis años,
se dio a la labor de instruirme en los deberes morales del hombre, para con sus
padres, la patria, los semejantes y para con uno mismo, consagrados tanto en el
Manual de Carreño como con los frutos de su cosecha particular. Me habló de
modales y cualidades que todo “caballero” debía observar si quería ser preciado
de tal en la sociedad. Como sonarse, poner los cubiertos, observar cortesías,
tratar a las damas, a los varones; en fin, urbanidad y buenas costumbres.
Agradecida educación, ya que saber cuando abrir puertas, dejar pasar primero,
presentar sillas y otras gentilezas me consiguieron beneficios y marcaron una
notoria diferencia en mis relaciones, particularmente favorables con el sexo
opuesto y por supuesto fastidiosas con el propio. También fue mi abuelo paterno
quien a los cuatro años me dio una zurra de pantalones abajo y correa por
golpear a mi hermana que me moduló para ímpetus futuros.
Siendo
preadolescente, durante una clase de historia en octavo básico asumí como
propio el mito egipcio del peso del alma. La premisa de no sufrir ni generar
sufrimiento me deslumbró y la adopté con entusiasmo. Si al final de mis
días mi corazón pesaba más que la pluma de Maat, entonces sería devorado y no
podría trascender al más allá. No haber generado sufrimiento o dolor sería la
prueba de la blancura para concluir airoso el ciclo vital. Tal filosofía fue
determinante y en algún periodo de austeridad personal alcancé (brevemente en
algunos casos) la postergación del beneficio personal ante la prioridad de
terceros. Incluso en cierto momento erróneamente interpreté que dejarse ganar
era algo plausible si con ello se beneficiaba al otro. Cuando adolescente la
actitud era poner la otra mejilla y ser ecuánime aún cuando te golpearan a la
mala. Ganar tenía que ser modulado ya que era una muestra de arrogancia y
podría ofender. Por tanto aprendí a contenerme y ceder. Lo que no sabía
entonces era que esa perspectiva era aún más arrogante. Yo me dominaba y
aguantaba mientras veía que otros la llevaban y disfrutaban.
Cultivarme para sentirme ganador fue complejo. Aunque tenía
garra, fuerza y empuje en mis cometidos seguía operando un programa parecido a la
tercera enmienda de Robocop, intenté no entrar en los juegos de sumas a cero y
profundicé una afición por un comportamiento condescendiente, elástico,
tolerante e indulgente. Y no me fue mal. Tuve éxito en mis asuntos.
Mientras
más crecía las cosas no cuajaban, la lógica no funcionaba. Mi interpretación
del mundo iba modificándose y los apetitos de desagravio y compensación también
lo hacían. Poco a poco mis vientos internos se conjugaban para desviar mi
barca del lado correcto y ya siendo un hombre mis ideales pubescentes no
lograron impedir que me desmadrara de maneras groseras, necias, torpes e
injustas con la gente más importante que compartía mi existencia. Coincidí con
mi padre sobre que para el grueso de los mortales no hay tal cofre al final del
arcoíris esperándote luego de arduos esfuerzos, buenos actos e infortunios.
A
medida que me daba cuenta que las negligencias, discriminaciones, omisiones,
abusos de confianza, dobles estándares, caraderrajismos, nepotismos,
compadrazgos, conflictos de intereses eran el plato del día instalado como
práctica común concluí que el orden predominante en el mundo es caótico y con
carga negativa, a mayor bondad mayor maldad, que los que verdaderamente tienen
la pega dura son aquellos que trabajan por la conciencia y el bien común, que
están destinados por fallo unánime a ser vilipendiados, estafados, difamados,
deshonrados, a sufrir por , a morir estúpidamente y a ser asesinados. Lo veo
día a día en mi trabajo. Mientras más bueno el sujeto peor la muerte; o más
zonza. Es cosa de ver la historia:
Tibet, Ghandi, Facundo Cabral y miles de millones. Que no vamos para ningún
lado sensato; que nos vamos a despeñar por culpa de unos pocos perversos
desgraciados. El bien es débil y el mal poderoso. No hay Dios.
En
mis andanzas conocí personas que habían entendido todo esto mucho antes que yo
y con un capital ético ambiguo y la decencia olvidada en bolsillo del overol
del colegio, se relacionaban buscando el beneficio personal a todo evento y el reconocimiento
con desmedro del otro utilizando artes groseras pero eficaces. Hombres y
mujeres ignorantes de como edificar una comunidad virtuosa en torno suyo y que solo
supieron como construir enemistades. Sin embargo, raya para la suma, a los ojos
del medio, prevalecieron como los más fuertes.
En
mi inocencia (aunque a mi edad actual más bien es torpeza), con el tiempo y la
experiencia reiterada entendí que cuando te enfrentas a una persona (o grupo)
infame o a un “winner” que quiere llevar la delantera y establecer las reglas,
con mucha frecuencia sales perdiendo y la justicia como valor no existe. En el
proceso por defecto afrontas algún acto salomónico, decisión política o bien
común que te damnifica y beneficia al ignominioso. Así, el que pega el primer golpe siempre gana
algo y el que lo recibe siempre pierde algo, como una suerte de “Efecto de La
Haya” que dejó a Chile en menoscabo contra toda razón y argumentos. Portarse
mal tiene sus ventajas y la práctica de romper huevos para luego pedir
disculpas es perversamente útil a los Maquiavelos. Ser cínico, mentiroso,
hipócrita y victima a la vez es el combo del éxito para ellos. Por eso no es de
sorprenderse que cuando un Karadima te demanda por abuso sexual en su contra, desafiando
todo entendimiento y sensatez te encuentres amonestado, con la venia de la
curia, el estado, los poderes fácticos, tus jefes y los sapos de turno, solo
por mantener los equilibrios, por el beneficio de la duda o por que Karadima es
Karadima, y bueno… tu sabes…. que le vamos a hacer ...
Como
siempre el ego juega en contra y a favor. Es motor y fricción. La búsqueda del
reconocimiento también. Al borde de los
cincuenta la esperada glorificación que todo artista, incluso mediocre, espera
de la concurrencia no llegó. A pesar de mis variadas y reconocidas capacidades he recibido más
rechiflas, abucheos y ninguneos que aplausos y retribuciones me he debido
sentar en la banca de los incomprendidos, los atrevidos, de los “too much para
nosotros”. Por suficiente rato he sacado ciegos a mear y me aburrí. Es cosa de
imaginar como se sentiría Manfred Max - Neef en un cargo intermedio en el MOP
intentando cambiar prácticas.
¿Será
alguna estrella que en alineación con los astros cuando nací que determinó que mi albur sería este? Tengo
pendiente una carta psico astral full verdad.
Me
he preguntado insistentemente que debo enseñar a mis hijos. Y he dudado entre la
vía
nihilista y funcional al futuro o apostar por el mito egipcio. Creo que sé por
cual me decidiré. Por supuesto que seguiré subiéndome al escenario ya que cada
tanto me retiro de las pistas y también cada tanto mi vedette interna me juega
una mala pasada. Pero en el futuro buscaré codearme con mas egipcios que
fenicios, con más fieles que con ungidos, con más amor que antipatía habré de
hacer el bien y hacer el daño, seguiré sacando el trozo pequeño del plato y
perseguiré la olla al final del arcoíris.
En
los veinte con mi amigo Martínez jugábamos ajedrez y tomábamos whiskey con melón
escuchando a Lennon. Acordamos que nuestro himno Imagine sería la última tonada
para ambos. Si bien la sigo guardando para ese momento, en mis cuarentas mi
nuevo filósofo es Fito Paez y lo que para mi es su obra maestra. Allí estoy. Es
más entretenido y más barato.