Monday, February 18, 2008

Crayones


Estaba aterrada. Agazapada y con un niño en brazos ante un panorama grotesco.
Sus crayones, expertos e indelebles escudos en ajustar nubes de tormenta, se aturdieron para colorear ese tonal.
Estaba acostumbrada a llegar y confirmar los saqueos de la muerte. Estaba preparada para asumir la resignación del fracaso anticipado. Pero no estaba preparada para que la pelada le rozara la oreja, se le plantara adelante y la mirara directo a los ojos.

Había llegado por un bebito en apuros. Al instante supo lo que ocurría. El padre mudo, la madre de ojos güeros. Un angelito no se cae por las escaleras, se dijo.

Aparentando calma y presurosa por salir del escenario, entraron a la ambulancia. El equipo iba tenso. La madre atrás, el padre de copiloto.
En adelante, todo mal, impreciso pero a la vez matemáticamente despejado, como en una secuencia de Tarantino, en cámara ultralenta a la velocidad de la luz. Como en flashes estroboscópicos la madre advierte, el botón de pánico, los carabineros, el padre con el arma, el descontrol total, disparos, cuerpos agitados en una carrera sin destino, el bebé, el ajusticiamiento, la incredulidad. Se suponía que preservaría la vida, se repetía.

Todos escuchamos su hilo de voz por la radio. Luego, el silencio y la soledad, nadie quiso saber. El turno debía continuar, sin tregua, con las lágrimas a flor de piel y la realidad quebrada.

Se tardó un tiempo en expiar la culpa, siempre se tarda luego de algo así. Sabe bien que aquella no será la última vez. Mientras, se prepara, baila y sigue jugando al mundo positivo, con la convicción que sus crayones, aún con menos colores, hoy son mucho más intensos e indelebles en ajustar nubes de tormenta.

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